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19 de Noviembre de 2022. ¿Habéis escuchado alguna vez la expresión «Entrar en pánico»? En mi caso ya la conocía, pero hasta el día de hoy nunca la había experimentado realmente. Hoy, por primera vez desde que decidí dejar de fumar, mi cerebro me ha dicho que era el momento de volver a fumar y ¡¡yo le he dado el visto bueno sin poner oposición!! 😵💫
Después de un mes enfrentándome al monstruo del tabaco con una convicción bastante alta y ganando día a día cada batalla, hoy sábado 19 de Noviembre de 2022, ese mismo monstruo casi gana la guerra completa porque he estado al borde de encender un cigarrillo.
No se si ya lo he mencionado en artículos anteriores, pero hay una cosa que tengo clara querida lectora (o lector) y, además, la tengo asumida: Estoy absolutamente convencida de que en el momento que ponga un cigarrillo en mi boca, lo encienda y aspire el humo, las cadenas del tabaco me apresarán de nuevo, me hundirán hasta la más profunda oscuridad y me será imposible salir de esta adicción.
Lo sé, suena muy drástico, pero así de rotunda es mi realidad. Me conozco mucho a mi misma (incluso a veces más de lo que me gustaría) y se que una recaída sería tan letal para mi autoestima y mi fuerza mental, que no querría volver a intentar dejar el tabaco.
He estado al borde de encender un cigarrillo.
¿Y qué narices ha pasado hoy para que haya entrado en pánico? Sigue leyendo:
Me invitan a una fiesta de cumpleaños donde solo conozco a un amigo y a su pareja. Al llegar al lugar, me encuentro a unos 40 invitados más. La verdad que yo estaba super animada porque hacía mucho tiempo que no iba a una fiesta con gente nueva y me apetecía un montón socializar.
Quiero resaltar (unos párrafos más abajo te darás cuenta porqué este detalle es importante) que todas las personas que habían en la fiesta pertenecían al mismo grupo de amigos y se conocían entre sí. Yo había llegado allí como «la forastera»; aunque esto no era un problema porque yo hablo hasta con las piedras 😎 y estaba dispuesta a hacer un esfuerzo extra por integrarme.
Al entrar a la fiesta, me sirvo una cerveza y pongo mi cerebro en modo visión panorámica para reconocer el entorno y ver a qué grupo de gente podía acercarme y presentarme. Levanto la vista y de momento, ¡¡se me encienden todas las alarmas!! 🚨: Todo el mundo está fumando. Recapacito un segundo y me digo a mi misma: «No Moni, no esta fumando todo el mundo. Estás equivocada.» Vuelvo a mirar, esta vez con más detenimiento y confirmo: Todo el mundo tiene un cigarrillo en la mano o en la boca. ¿Se puede saber a dónde he venido? ¡Fuck!. Entro en pánico.
Automáticamente se produce en el siguiente milisegundo esta conversación con mi cerebro:
- Mi cerebro: Todo el mundo está fumando ¿Lo sabes no?
- Yo: Si ya lo veo, pero no pasa nada. Yo ya no fumo.
- Mi cerebro: Pero tienes ganas de fumar.
- Yo: Si, ya lo se. Siempre tengo ganas de fumar, pero yo ya no fumo.
- Mi cerebro: ¿Sabes que eres la nueva aquí, verdad?
- Yo: Si, ya lo se, ¿y qué?
- Mi cerebro: Pues que si ellos fuman y tú no fumas, ¿Cómo te vas a integrar? Porque tú no deberías estar en un ambiente de fumadores. No podrías soportarlo.
- Mi cerebro: Acércate, pide un cigarro y despliega tus dotes sociales.
- Mi cerebro: ¿O acaso eres una niña pequeña y la tonta del grupo que no fuma?
- Mi cerebro: Además, sabes que tienes muchas ganas de fumar. No pasa nada porque enciendas un cigarrillo. Aquí no te conoce nadie, y nadie sabe que has dejado de fumar. Puedes fumar sin remordimientos. Luego vuelves a tu vida real y ya está.
- Mi cerebro: Te sientes como una tonta, porque lo eres. Las tontas son las que se quedan en un rincón sin fumar y el grupo las aparta. Nadie querrá estar contigo.
- Mi cerebro: Sabes que estoy en lo cierto. Ya te pasó hace 24 años cuando eras una adolescente. Creías que eras la tonta, pero encendiste un cigarrillo y pasaste a ser «la chica guay» del grupo y todos querían estar contigo. Sucumbiste al poder de la manada, y pasaste a ser parte de ella. ¿Quieres ser parte de esta nueva manada? ¿O quieres quedarte sola en un rincón?
- Mi cerebro: Deberías fumar.
- Mi cerebro: Es el momento de fumar.
- Mi cerebro: ¿Quieres fumar?
- ……………………………….
- ……………………………….
- ……………………………….
- Yo: ¡Si, vale! ¡Tienes razón! No soy una niña pequeña. Voy a fumar, quiero fumar, necesito un cigarrillo.
- ……………………………….
- ……………………………….
- ……………………………….
- Yo: Levanto la vista y me dirijo hacia un chico que tenía un paquete de tabaco en la mano dispuesta a pedirle un cigarro y hablar con él. Empiezo a andar…
- Yo: Conforme me voy acercando al chico, se produce un grito desgarrador dentro de mi cabeza: ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! ¡¡¡JODER!! ¡¡¿PERO QUE ESTOY HACIENDO?!! Respiro, agarro mi cerveza con fuerza y desvío la trayectoria hacia la puerta de la fiesta para salir al exterior. ¡Quiero desaparecer!
La verdad que en esos momentos me entraron unas ganas terribles de llorar. Y casi lo hago.
¿Qué me había pasado? Estuve a punto de encender un cigarro. De verdad estaba dispuesta a encender un cigarro. Mi cerebro había anulado mi voluntad y me había convencido de tal manera que no tenía mas opciones que fumar. Pero ¿Cómo lo había conseguido tan fácilmente? La respuesta es muy sencilla: Recurrió a algo que, en mi caso particular, ha hecho que fume durante muchos años: la necesidad de pertenencia.
¿Te acuerdas querida lectora (o lector) que en el párrafo de arriba decía que en esa fiesta todos pertenecían a un mismo grupo de amigos menos yo? Pues esa es la respuesta. Mi cerebro, que tiene una capacidad de almacenaje infinita, utilizó el mismo recurso que hace 24 años cuando yo tenía 15 y era una adolescente insegura y con una autoestima aún sin formar: Me hizo creer que debía aceptar el cigarro para que el grupo me aceptara a mi.
Y así empecé a fumar.
¡Taaaaaaaaaaaaaaaaaaachán! Y ahí está la respuesta mágica a la eterna pregunta de: ¿Pero por qué fumas?
Los fumadores no somos tontos, ni empezamos a fumar de manera consciente, ni queremos hundirnos económicamente ni morirnos agonizantes de cáncer. Fumamos porque hay un factor psicológico que nos mantiene arraigados al tabaco. Y luego viene otra causa, y luego otra que hace que cada vez sea más difícil dejarlo. Nos enmarañamos emocionalmente con los primeros cigarrillos y después la nicotina hace su trabajo creando la adicción diaria.
Y bueno, supongo que querrás saber qué hice después de esa puta crisis existencial. Pues te cuento:
- Me di un paseo por los alrededores (estábamos en una casa en la montaña).
- Respiré profundo y me relajé un poco.
- Me recordé a mi misma que soy cada día mas fuerte mentalmente por estar luchando contra la maldita adicción al tabaco y que estaba consiguiendo dejar esa mierda.
- Maldecí un millón de veces mis ganas de fumar y me recordé a mi misma que ya no tenía 15 años, sino 39 y que me sentía tremendamente orgullosa de quien era.
- Me bebí de un trago la cerveza que tenía en la mano y me di cuenta que me sabía a gloria.
- Respiré de nuevo y decidí entrar a la fiesta, pedir otra cerveza y pasearme por toda la casa presentándome a todo el mundo.
- Decidí que me iba a divertir y que iba a ser un día espectacular. Y por supuesto, no iba a pensar ni un microsegundo en el tabaco.
Y así fue.
Gracias cerebro. Supongo que llevamos mucho tiempo creyendo cosas que no son verdad. Juntos vamos a aprender que fumar no nos representa y empezaremos por querernos un poquito más.
Hoy tampoco voy a fumar.
Un abrazo queridas. B E S I S💋
«El tabaco no llena el vacío, ¡lo crea!»
ANONIMO
En la oficina de día. Superheroína por las noches. Escribo por placer. Rebelde y reivindicativa por naturaleza. Intentando hacer las cosas lo mejor posible, pero no siempre me sale. ¿Quieres saber más de mi?